Ben Jonson llamaba al tiempo el «estafador viejo y calvo» —dijo Ted Brautigan, dando una intensa calada al cigarrillo y exhalando después el humo por la nariz en dos chorros idénticos—. Y según Boris Pasternak, somos cautivos del tiempo, rehenes de la eternidad.
Si no da más de lo que exige, déjalo.
Las grandes mentes recorren el mismo camino.
Cuanto menos se conocía a otro persona, más fácil era creerla.
Hay tiempo, pensé cuando empezaba a vencerme el sueño. Hay tiempo de sobra para estudiar, tiempo de sobra para telefonear. Tiempo de sobra.
No podía apartar su voz de mi pensamiento. En cierto modo, nunca he podido.
Los corazones son muy resistentes, Pete. Casi nunca se rompen. La mayoría de las veces sólo se doblan.
Uno seguía su camino, ocupándose de sus asuntos, y de pronto se tropezaba con el pasado.
Se ha creado una vida prácticamente exenta de preguntas, y así es como le gusta.
La elocuencia perfecta, creo, es casi siempre muda.
Tú no sabes nada que a mí me interese aprender.
Aún somos demasiado jóvenes para morir de muerte natural, pensaba siempre, sabiendo que era una idea absurda.
O quizá se debía sólo a que cuando alguien muere, uno piensa en el pasado, el pasado, el jodido pasado.
En la vida, como en los juegos de baraja, una carta echada es una carta jugada.
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